La náutica es la mejor forma de llegar tarde a ningún lugar. Esta consigna guía el viaje que emprendieron Juan, Coni y su hijo de dos años por la costa de Brasil. Navegaron muchas millas, probaron la vida a bordo en distintos mares, y con el nacimiento de Ulises decidieron que era tiempo de un cambio rotundo en sus vidas.
La Zarpada
Renunciaron, alquilaron su departamento en Núñez y se fueron. Juan ya había llevado el Tangaroa2 desde Buenos Aires hasta Florianópolis. Fueron 800 millas en 11 días y 11 noches en pleno invierno. Después de una prueba piloto de un mes a bordo, decidieron seguir navegando por la costa de Brasil, siempre hacia arriba. A través de sus redes sociales y notas en medios donde ella colabora regularmente, cuentan quiénes son y cómo llegaron hasta acá; los preparativos; cómo es cocinar y bañarse a bordo; qué cuidados hay que tener al viajar/navegar con un bebé; cómo se financian; qué puertos, bahías, playas, personajes, comidas, pescados, frutas hay en este viaje.
El Viaje
Son muchos los pros de un viaje a vela: el barco puede ser una casa, el viento es gratis e infinito, y por sobre todo, el horizonte siempre se corre un poco más allá. Van a navegar a una velocidad promedio de 4 nudos (7.5 km/h), y en esto radica uno de los mayores encantos de este viaje. No es una carrera por llegar más lejos o en el menor tiempo posible, más bien todo lo contrario: cuanto más dure, mejor. El trabajo y las rutinas en Buenos Aires quedan suspendidas para dar lugar a una nueva forma de vida, donde los tiempos están regidos por el sol y la luna, donde hay espacio para la aventura, para conocerse, leer, jugar, pescar, cocinar, caminar, descubrir.
Los Tripulantes
Ni Juan ni Coni heredaron la náutica, la eligieron. Se conocen desde el jardín de infantes, y desde sus primeras incursiones en el Río de la Plata coincidieron en que algún día iban a viajar a vela: “Por el mundo”, soñaban. Juan primero fue psicólogo y luego navegante. Coni es periodista y trabajó muchos años en Lonely Planet, con lo que despuntó el vicio del viaje. Y el pequeño Ulises no podría haberse llamado de otra manera: ya viajó por Argentina, Guatemala y Belice a vela, Barcelona y la Costa Brava en motorhome, París e hizo un crucerito por el Mediterráneo. Ahora le toca recorrer Brasil, donde vivió su papá de chico.
Experiencia a bordo
No navegan de toda la vida, hicieron el curso de timonel y se enamoraron de la vela. Con el velero de su maestro, de 5.8 metros, fueron a Colonia, Montevideo y La Paloma. Nada extraordinario para el Tangaroa1, que desde 1992 es el velero argentino más chico que cruzó el Atlántico. En los siete años que llevan navegando ya probaron la vida a bordo en Nueva Zelanda, Islas Vírgenes Británicas, Belice y Croacia.
El Barco
El Tangaroa2 es un one-off de acero, no hay otro igual. Fue construido en el 2001 por Jorge Correa, el maestro y socio de Juan en la náutica. Tiene 30 pies (nueve metros), cala 1.65 metros y está pintado de amarillo: no hay como pasar inadvertido. Juan y Coni lo compraron pocos días antes de saber que esperaban un hijo. Para hacer este viaje mandaron a hacer velas nuevas, cambiaron el motor por uno más potente, pintaron el fondo y sacrificaron la heladera para armar un pequeño camarote para Ulises. Hoy está listo para lo que fue concebido: viajar lejos.
Los primeros días a bordo
Ya en Brasil, los primeros días fueron de mucho preparativo: tuvieron que limpiar el interior del Tangaroa2; conseguir un gomón con un motor para poder desembarcar en los puertos y bahías que aparezcan en su proa; hicieron los trámites para la Residencia en Brasil (planean quedarse más de seis meses, que es el tiempo máximo de estadía para turistas); y sacaron el barco del agua para lijar y pintar el fondo, y así dejarlo listo para zarpar. Ahora sí, ya está todo listo.
Apoyos
El viaje de #ElBarcoAmarillo cuenta con los apoyos de Movistar, Assist Card y La Roche Posay.